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CRÓNICA SANTANDER Eterna resaca

19:23
CRÓNICA SANTANDER

Eterna resaca

                                      

Hay tardes que pesan, que marcan las venideras. Que influyen en el estado de ánimo. En el modo ver y sentir las cosas. De vivir el toreo. La tarde de Victorino aún permanecía en el recuerdo. Lo hará por mucho tiempo, salvo sorpresa hierro triunfador en las votaciones de próximas fechas. Como todavía se oían ecos del brillo de Morenito. Si en la plaza impresionó, en vídeo, con el poso de las horas, enamora. Emociona. Interminable belleza, como una obra sin final. Para conservar en el archivo de un Santiago que no ha explotado y con más luces que sombras. Tiempo hay para reflexionar.
Urge pensar. Y claro, no hay quien compare lo del sábado con lo del festejo mixto con el que se ha cerrado Santiago. No terminan de cuajar estos experimentos por estos lares; menos con el desigual juego por soso y deslucido de los toros que saltaron ayer a la cuidada arena santanderina. Tarde gafada; tarde de dulce resaca.
Apenas valió medio toro. Unos, los de los Espartales para rejones, por sosos, carentes de codicia. Otros, los de Antonio Bañuelos, bien por mansos bien por inciertos, no permitieron el lucimiento. Al menos la presentación era impecable. Descarados y en puntas, bajos y rematados. El quinto había sido rechazado en Madrid por falta de trapío. En Cuatro Caminos lucía cuajó más que sobrado. Los toros del frío anunciaban verdad por delante. Que tomen nota los de otras tardes.
La competencia entre quienes hicieron el paseíllo no era grande. Casi ni había. Un rejoneador, Pablo Hermoso de Mendoza, abriendo plaza sin nadie que le fuerce a arrear. Vamos, sin la garra de Diego Ventura que tantas tardes le obliga a apostar para no perder. Tampoco tuvo enemigos y puso lo que los dos Espartales no tenían. Aunque a medio gas. Y a su lado, dos de luces, Marco y Fandiño, los dos del Norte pero tan distintos en su progresión y su corte, nada que jugarse entre ellos. Si los toros no ayudan, la cosa se gafa por completo. Al menos, se abrevió. Todos lo agradecen.
Lo mejor fue del cierre fue ver la disposición y firmeza con la que Fandiño dominó al áspero tercero, incierto en sus embestidas. No se aclaraba el Bañuelos. Cantó su clase en el capote de Jarocho pero se revolvió a primeras, embistiendo al palillo. O más allá. Pura brusquedad. Se fajó Iván hasta poderlo en dos series de derechazos mandones. Pero cuando la cosa calentó, el animal se rajó. Como manso mentiroso que era desde un principio.
Y Marquitos, más asentado y pulcro que de costumbre, paseó otra del quinto, el reseñado para Madrid. Los muletazos iban y venían sin sabor. Para paladares poco exigentes. Ya no es el Marco bullanguero de antaño, los años le dan poso. Aunque su lote no le permitió demostrarlo. Oreja que de poco servirá a un profesional que nunca ha perdido la esperanza de ser figura. Tiene mérito.
Mientras tanto, todos de resaca. De la buena. Del toreo caro de Morenito. De aquel eterno pase de pecho. De su oreja salvadora. De la raza de los Victorinos. De la salvación de la Fiesta.

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